En este cuento lleno de bosque o en este bosque lleno de historias, casi todas ya contadas, érase que se era una idea que quería ser pintada.
Un día te das cuenta de que el bosque no te deja ver los árboles y ese es el momento justo en el que notas que algo tiene que cambiar. Entonces la imaginación comienza a tejer una singular tela de araña que poco a poco se hace fuerte. Tras la lluvia, al amparo de una suave fragancia de luces y sombras, brotan raíces de la tierra yerma y nacen ramas que juegan con el viento que a veces se aburre y se esconde o te abraza en una suave brisa o se enfada y ruge y deja un rastro de hojas que no siempre se ven, pero que se sienten...
Una obra configurada por veintidós lamas, o troncos, que se unen para formar un todo que, sin perder su individualidad, se convierten, con un pequeño movimiento, en un árbol solitario que retiene la fuerza en el detalle y te hace asumir un punto de vista diferente, permitiéndote percibir fragmentos de identidades, no siempre de la misma realidad, que mantienen viva la esencia.
Y en esta sinfonía de formas y colores, de caminos que tienden a ser desconocidos, arrullos, huellas, miradas tímidas y expectantes, silencios envueltos en extraños ruidos, tan bien conocidos por sus habitantes, se dibuja BOSQUE: mi bosque. Tan vívido y personal como inexistente para los demás. Y así es como abro un poco la puerta y dejo entrever esos recuerdos que se mezclan con el olor a tormenta y a tierra mojada, con el crujido de hojas y pisadas que se alejan, con el sabor a paisajes tan cercanos y con la vista en el presente, ya sea real o imaginario.
Lucía Polanco