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Bueno este es un día especial. No discutamos si lo es de verdad al ser el Día Mundial del Teatro según estableció la Unesco en los años 50. No sabemos si tiene mucho arraigo y aceptación como si tendría el “Día Mundial de Ponerse en Pelota en la Calle”, si lo difundiese Internet.
Pero el caso es que multitud de actos, funciones y homenajes se celebran en su nombre, se cuentan en este día en todo el mundo por miles los lugares donde se lee un manifiesto de alguien muy erudito sobre el tema y, generalmente, muy desconocido para el común de los mortales.
Y se trabaja en representaciones de todo tipo para la ocasión: de títeres, teatro de texto, clásico y moderno, teatro gestual, y de objetos, danza (aunque tenga otro próximo día específico, y mundial para sí), y ballet, o hasta pantomima, teatro comprometido o intrascendente (Ay..! eso de la lucha entre el teatro-espectáculo y el teatro-representación). Y también incluso malabares y teatro de calle, o magia y prestidigitación, y teatro tecnológico y digital, etc. Todo en este día cabe, por supuesto que las lecturas dramatizadas, y poetizadas, los monologuistas y chistosos, y los cuentistas y cuentacuentos de ahora, y el teatro musical, y hasta la Ópera como hermana mayor del Teatro (el TEATRO TOTAL de Wagner) y la zarzuela o género chico, que no menor.
Y es cierto que el capricho de las celebraciones, por ejemplo, es capaz de celebrar un día de las librerías en Noviembre y a la par un Día Mundial del Libro un 23 de Abril, que es cuando coinciden los aniversario de dos poetas y dramaturgos como fueron Shakespeare y Cervantes.
No concibo mejor Día del Teatro, por otro lado, que el del día del libro. El día de los dos más grandes creadores del universo (occidental, que coincidieron en su muerte un 23 de Abril), al que pudieran sumarse otros como Lope de Vega, o Bocaccio ¿por qué no? O Quevedo y Cicerón?, u Homero, ó Séneca, y Sócrates, o Quintiliano? ¿Prescindiríamos de la literatura rusa, o de la germana, francesa y eslava; de la norteamericana, de la sudamericana, o de la, inmensa, oriental? ¿Con qué derecho? Y de la oralidad transmitida en África, camino de perderse ya en la tecnología del desarrollo y del consumo? Bien, no hay teatro sin palabras, sin textos, sin transmisión escrita o hablada.
Pero bueno, no le demos más vueltas; es inconcebible pues, el teatro sin los libros, sean estos analógicos o digitales, hechos a mano. ¿Existiría nuestra cultura sin Platón y su concepto de representación o ilusión y fingimiento? ¿O sin Aristóteles y su idea de tiempo, lugar y modo, y su medida para concebir la presentación, el nudo, de la trama y el desenlace?
Contestadme, decídmelo..!
(…) la vida es demasiado corta para aspirar a ser algo más que un simple aficionado (...)
CHARLES CHAPLIN
Yo conocí a una persona que detestaba el teatro, y lo repitió siempre; perdón lo conoció personalmente mi madre, como a tantos otros personajes de la escena de los años 30, finales, a los 50: Fernando Fernán Gómez. Odiaba el teatro, decía, por la proximidad del público. Detestaba a la gente. Y pocas personas han hecho tanto por dignificar la profesión de actor como él, en el teatro, el cine o la televisión. Y decía que a nadie, y acabo, se le ocurrió nunca pedirle a él un título de profesionalidad. ¿Y a José Bodalo?, ni a él le preguntarían por su profesionalidad. Qué actor tan inmenso que era capaz de salir a escena y representar de forma sublime una obra de teatro cuando a la vez escuchaba por un pinganillo en su oreja una radio donde escuchaba un partido de su Real Madrid del alma.
Recuerdo esa magnífica película de Chaplin que es Candilejas, trasunto de su propia vida creando “el arte por el arte” en su función balsámica de la vida, cuando rescata a una bailarina de su suicidio y llega a decir: “la vida es demasiado corta para aspirar a ser algo más que un simple aficionado”. Y qué decir de Nuria Espert, o Arturo Fernández, que sigue actuando camino de los 85 y que tanto admiró al propio Fernán Gómez. O Marsillach, otro grandísimo de las tablas. O de Francisco Nieva, o de Fernando Arrabal, que no admiten puertas en el campo (de su imaginación) ¿Se le ocurriría a alguien pedir a Cela que devuelva su Nobel de Literatura porque no tenía carrera universitaria? Ese ser tan grandioso, que tanto ha hecho por descubrir valores nuevos de la literatura y el arte a través de su revista Papeles de Son Armadans. Recibirían la respuesta que dio el asombroso actor que fue Daniel Dicenta cuando en una lección magistral alguien le preguntó cómo obtener su portentosa voz: “vino, tabaco y mujeres, señorita”, contestó, “y por ese orden”.
Periódicamente actores y actorcillos se preocupan por discriminar quien si y quien no es profesional del teatro. Confundiendo que el teatro no necesita tanto de enseñanzas (aquí me las den todas, pasividad), sino de aprendizaje (meritoriaje, actividad). El teatro necesita espíritu emprendedor y ánimo fuerte frente a la adversidad, como cualquier otra profesión. Ese ánimo que ha hecho de Buenos Aires una de las más grandes capitales del mundo del teatro: con teatros en bares, en pisos, en comunidades, además de los grandes coliseos, y que se ha inspirado con esas fórmulas a Madrid, otro centro neurálgico mundial del teatro, tal vez con Londres, y por supuesto Nueva York.
Hace muchos años, en los 80, mis amigos catalanes (el Pepe Bou de “Bufaplanetes” que luego, creo, vendió al Cirque du Soleil, trabajó con pompas de jabón que paseó por Asia, Australia, Las Vegas, etc. El Tortell Poltrona fundador del Circo Criq, que facturaban sólo con su DNI) me hablaban de un público infantil que iba perdiendo espontaneidad e inocencia por tanto espectáculo como veían. Yo no me creí mucho esa idea. Pero si observo y advierto: puede que se esté olvidando el sentido que ha urdido el valor más inmenso aportado a la civilización y la cultura occidental, desde la desacralización del teatro: el desenmascaramiento. Eso que hizo servir Hamlet a su padrastro a través de unos actores que representado “La ratonera” revelaron un crimen de estado. Pues el entretenimiento nos pone ante el espejo de la verdad, y de la mentira, y de la distracción ante la vida. Por el fingimiento. A través de la risa y de la tristeza, del dolor de la tragedia y de la bufonada de la sátira. Y eso no es todo. Felíz día.
Fran Díaz-Faes Saavedra *
27 de marzo de 2013
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