De este ficticio centro de documentación, que he ido construyendo durante toda mi vida, he elegido aquello que, asequible para mi modesta economía, me parecía digno de poner en valor. Por eso esta mañana de sábado que me tocaba escanear junto a ti, a su directora, a la que tantas horas escamotee mientras escuchábamos el programa de Pepa, y tu jugabas al solitario en el otro ordenador o buscabas recetas de cocina, sólo puedo pensar en ti como su eterna mecenas. Siempre te puse como justificación que yo ya estaba casado con el teatro antes de conocerte, y tú me mirabas con ojos de cordero degollado. ¡Ahí no podía transigir! Tenía que mantenerme firme, porque todo becario, y coleccionista que se precie ha de ser ordenado y disciplinado, amén de controlar estrictamente su presupuesto. Podía haber planificado contigo algo que me iba a desbordar y apasionar. Tal vez te gustaba verme desbordado y apasionado. Corría a enseñarte todo lo que me llegaba, como un niño ilusionado. Tú nada me reprochabas, e incluso me defendías. Si no es eso amor, que baje Dios y lo vea. No sé si coleccionabas, pero te toqué yo, el que era coleccionista. Tal vez fuimos muy raros, porque me respetabas. Está claro que no eras como las demás. Sigo pensando que todos somos coleccionistas, y que yo pertenezco a la mafia del papel. Hay otras explicaciones. Se dice que el coleccionista es un ser obsesionado. ¿Tal vez de ahí viene esta angustia de no poder abarcarlo todo, y que se mezcla con la angustia de los muertos? Al menos, eso he recuperado de vosotros, como si se tratase de un botín de guerra. A mí, pasar páginas y páginas de postales con actrices eduardianas no me angustia. Me relaja, y gracias a ellas llego a captar en donde reside parte del eterno femenino.
A lo que menos aprecio le tengo es a la hemeroteca y a los libros, por lo difícil de mantener, aunque salvaría muchas cosas. Todo es digno de ser digitalizado, al menos. Superar el síndrome de Diógenes es aprender a despedirse de las cosas, y a mí me toca bregar con más de cien mil objetos, con más de cien mil testigos, supervivientes, de algo importante que ocurrió. Al menos, yo le doy esa importancia. Para conseguirlas el coleccionista ha de convertirse en detective. En España se tira todo, pero ahora lo que tiramos es de usar y tirar, por lo que no deja de cumplir su función, y pienso que debo respetar todo lo que me ha llegado, aunque tenga un valor de mercado, porque no fue concebido para usar y tirar. O, ¿tal vez, sí? Todo se compra y se vende, pero mucho de lo que yo colecciono me lo imagino con un alma, y que yo estoy cogiendo el testigo. Así que tenemos dos obsesiones: el teatro y el coleccionismo. ¿Qué migajas reservo para ti, que eres su directora? Eso no tienes que preguntárselo a tu becario. Muchas veces, y como coleccionista, he expiado segundos antes de la finalización de una subasta hasta convertirme en el mejor postor. Yo he realizado la promesa a más de un vendedor que iba a cuidar lo que me vendía, y a veces he pagado más de lo que me podía permitir para marcar mi territorio. En ocasiones he jugado con ventaja, porque solemos desprendernos de todo aquello que nos produce dolor, y el coleccionista se aprovecha de ello. ¿Vale todo con tal de cobrar otra pieza? Otras veces nos aprovechamos de la ignorancia, y es entonces cuando varios postores no dudan en ponerlo en valor, hasta convertirlo en objeto de deseo. ¿Estamos dispuestos a luchar para que no nos lo arrebaten? Yo, sí. El coleccionismo es mi causa.
Cuando te fuiste, las cosas que coleccionaba se alejaron de mí, se mezclaron y he llegado a odiarlas. ¡Ves como sí tienen alma! Ellas, que tantas alegrías me suponían, ahora yacen yertas, y me convenzo de que sólo debo coleccionar todo lo relacionado con el teatro asturiano, y tal vez ampliar la colección de postales de teatros de España. Aunque también convendría conservar una carpeta con programas, unos cientos de fotografías, muchas películas, los álbumes de cromos, relacionadas con el asunto que me preocupa… un lugar donde me alienaron los títeres cuando era pequeño. Gracias a ellos, tengo un objeto en la vida. ¡Casi nada! Explicar a alguien cuál es tu objeto en la vida resulta complicado, pero a mí no me lo resulta tanto porque yo he moldeado mi colección, y ella a mí. Sólo así podía defender a qué dedico mi ocio. A pasearme por los documentos relativos al teatro mundial. Creo que no me queda otra, así que este humilde coleccionista ha de seguir sacudiendo su cazamariposas para disfrutar de la emoción de haber cazado algo tan efímero como es el teatro. Ya sé que es vana mi empresa, y que no puedo abarcarlo todo, pero si yo sólo he construido esto, que no pueden hacer diez como yo. La empresa lo merece. ¿Se merece Asturias un Centro de Documentación Teatral? Tal vez, no. Tal vez, sí. Tal vez al seguir siendo efímeros, somos mucho más bellos. ¿Es efímera una exposición sobre teatro político? ¿Son estas piezas que me he cobrado representativas del teatro épico? Es el momento del espectador activo. Gracias a estos pocos carteles yo puedo alejarme pensando: ¡Oh, qué bonita es la revolución!
Manuel Palomino Arjona
Asturias, marzo 2021